En el mundo de las finanzas, la palabra “impacto” ha ganado protagonismo, reflejando
el creciente interés por iniciativas que buscan resultados positivos para la sociedad y el
medioambiente. Las inversiones de impacto, definidas como aquellas que combinan un
impacto social y ambiental positivo con un rendimiento financiero, están en auge. En
España y Europa, la tendencia es clara: más empresas y fondos apuestan por generar
valor más allá de lo económico.
Sin embargo, hay una realidad que no podemos ignorar: el impacto social sigue
quedándose a la sombra del impacto ambiental. Aunque ambos son esenciales para
avanzar hacia un mundo más sostenible, los datos muestran una clara desventaja para
el impacto social en términos de financiación. Por ejemplo, en Francia, uno de los países
más avanzados en inversión de impacto, las startups con un enfoque ambiental
captaron casi nueve veces más inversión que aquellas dedicadas al impacto social en
2023 (según el informe Impact 40/120 del Mouvement Impact France). A nivel europeo,
el informe The Size of Impact de Impact Europe destaca el compromiso creciente de los
inversores por destinar más recursos a soluciones climáticas, enfocándose en mitigar el
cambio climático y descarbonizar sus carteras de inversión.
Esta disparidad plantea una pregunta importante: ¿por qué ocurre esto, y cómo
podemos cambiarlo?
Una brecha con raíces profundas
El desequilibrio entre impacto social y ambiental tiene raíces estructurales e históricas.
Los proyectos ambientales suelen integrarse con facilidad en narrativas globales
consolidadas, como la lucha contra el cambio climático o los Objetivos de Desarrollo
Sostenible (ODS). Estas narrativas han logrado movilizar consensos internacionales y
atraer recursos financieros significativos. Además, las innovaciones tecnológicas en
energías renovables o la economía circular suelen tener ciclos de implementación más
cortos. Por ejemplo, la instalación de paneles solares puede generar ahorros de CO₂
cuantificables en pocos meses, un atractivo evidente para los inversores ya que los
resultados son rápidos y medibles.
En contraste, los proyectos sociales enfrentan varios desafíos relacionados con su
naturaleza menos tangible. Las iniciativas sociales, como la inserción laboral o el acceso
a la educación, suelen ser cualitativas y estar limitadas a contextos locales o
poblaciones vulnerables, lo que las hace parecer menos ambiciosas o escalables desde
la perspectiva de algunos inversores. Además, la falta de herramientas ampliamente
aceptadas para medir su impacto dificulta la comparación entre proyectos, reduciendo
aún más su atractivo para los actores financieros.
Los desafíos específicos del impacto social
El impacto social enfrenta tres grandes obstáculos estructurales que limitan su
capacidad de atraer inversión:
- Medición del impacto: Los objetivos sociales suelen ser más cualitativos y
subjetivos (como el bienestar de colectivos vulnerables o la inclusión social), lo
que dificulta su medición y comparación. Esto desanima a los inversores que
buscan datos claros y homogéneos para evaluar la rentabilidad. - Resultados a largo plazo: Los proyectos sociales suelen necesitar varios años
para demostrar resultados tangibles. En promedio, el impacto real de un proyecto
social puede tardar hasta siete años en materializarse. Este retraso en la
manifestación de los resultados dificulta que las empresas puedan demostrar su
impacto a corto plazo. - Complejidad en la atribución: Demostrar que un cambio social es consecuencia
directa de una inversión específica resulta complicado debido a factores externos
que pueden influir en la relación causa-efecto, como las políticas públicas o la
intervención de otros inversores. Esta incertidumbre desalienta la participación
del capital privado.
La solución
Para superar estas barreras y fomentar el crecimiento del impacto social, es esencial un
enfoque alternativo: el capital paciente. Este modelo de inversión se caracteriza por
priorizar horizontes de retorno más largos, tolerar la incertidumbre inicial de los
proyectos sociales y acompañar a los emprendedores a lo largo de su desarrollo,
ofreciendo apoyo financiero y estratégico.
¿Cómo funciona el capital paciente?
- Flexibilidad: Permite a los emprendedores centrarse en sus objetivos sociales sin
la presión de generar resultados inmediatos. Esto fomenta un crecimiento
sostenible y alinea a inversores y emprendedores entorno a valores comunes. - Apoyo integral: Además de financiación, los inversores aportan mentoría, redes
estratégicas y una mayor tolerancia al riesgo, creando un ecosistema de apoyo
más completo. - Equilibrio entre impacto y rentabilidad: El capital paciente crea un puente entre
la filantropía y el capital riesgo, donde rentabilidad e impacto social dejan de
enfrentarse para reforzarse mutuamente. Este modelo se aleja de la lógica de
especulación financiera para centrarse en la creación de valor social, buscando
rendimientos más modestos que un fondo de capital riesgo tradicional (entre el
5% y el 10%), pero con un potencial de impacto social mucho más elevado.
En definitiva, el capital paciente representa una oportunidad para reequilibrar las
dinámicas actuales entre impacto social y ambiental. Este modelo no solo ofrece una
solución a los desafíos estructurales del impacto social, sino que también redefine los
criterios de éxito de una aventura empresarial. Al priorizar un crecimiento sostenible y a
largo plazo, el capital paciente permite a las empresas sociales innovar y transformar la
sociedad sin sacrificar su misión.