En ocasiones, se entiende el impacto social e impacto medioambiental como dos tipos de área de impacto separadas. Sin embargo, los estudios sugieren que las políticas e inversiones medioambientales tienen un «doble dividendo», un beneficio en la naturaleza y también en el crecimiento económico.
La Organización Internacional del Trabajo (OIT) urge a reconocerlo en uno de sus informes, en los que asegura que aplicar las políticas necesarias para crear una economía más verde podría generar hasta 60 millones de empleos en el mundo, de los cuales adjudica nada más y nada menos que 2 millones a España. La mala noticia es que no parece que estemos cerca de lograrlo.
Los datos oficiales dicen que nuestro país acabará la década apenas superando el millón de empleos verdes. Sí, son bastantes empleos en un sector que supone ya el 2,5% de nuestro PIB, según el Ministerio de Agricultura, pero nuestra ambición por salvar el planeta y a sus habitantes no debería contentarse tan fácilmente.
En este hecho tienen algo ver el contexto de crisis y la frustrada trayectoria de España como superpotencia de las energías limpias. La adecuada aplicación de políticas fiscales, que penalicen las energías contaminantes o que premien a las sostenibles, por ejemplo, es una de las principales herramientas políticas para la creación de empleo verde. De todas formas, sería demasiado complaciente no poner las pilas, mientras tanto, a emprendedores e inversores. Entre estos ya es una tendencia la descarbonización de sus negocios y carteras, si bien es cierto que —aunque parezca increíble y tarde— todavía queda mucho por hacer a la hora de difundir la urgencia a la que se apeló en el Acuerdo de París.
Puede, entonces, que lo primero sea preguntarse ¿qué es un empleo verde? Respondamos, antes de que alguien comience con los muchos juegos de palabras que permite el concepto.
Para la OIT, el empleo verde cumple al menos dos condiciones. Una de ellas es que debe ser un trabajo en condiciones laborales justas. La otra es que el empleo debe de ser en la producción de servicios o bienes verdes. Es decir que o bien son trabajos cuya finalidad son directamente la mejora del medio ambiente —frenando el cambio climático, recuperando paisajes, protegiendo fauna y flora, entre otras—; o bien es un sector económico tradicional —como la generación energética, la agricultura o la movilidad—, en el que se abandonan los procesos contaminantes, que degradan de una u otra manera el medio ambiente y el clima, incluso mejorándolos, sin ser este su principal objetivo de negocio.
Una ventaja añadida es que, en la transformación hacia la economía verde, no solo se genera empleo neto, sino que el existente se convierte en empleo de mayor calidad. Es algo que debemos tener en cuenta, ya que este escasea. Y no solo en los países en vías de desarrollo (donde se prevé un mayor crecimiento del empleo verde) sino en países como España, donde la precarización se está convirtiendo paulatinamente en un sustituto del desempleo.
Algunas de las iniciativas que hay que tener en cuenta para comprender el empleo verde en este país son el programa Empleaverde, de la Fundación Biodiversidad (con más de 2.600 empresas apoyadas), o los portales de empleo en el sector medioambiental Enviroo y EcoEmpleo. Gracias a todos ellos, cuando hablamos de la lucha contra el cambio climático ya no solo lo medimos en toneladas de dióxido de carbono sino en puestos de trabajo generados.