Por José Moncada
Si algo positivo ha tenido la crisis es que nos ha hecho reflexionar. Comenzamos a entender que debemos acabar con la esquizofrenia de tomar decisiones económicas sin reparar en sus implicaciones éticas. Más aun, descubrimos que podemos consumir, emprender o invertir y producir un impacto positivo en la sociedad y el medioambiente a la vez.
En concreto, en el ámbito de la inversión crece con fuerza el número de inversores de impacto social, es decir, personas y entidades que, a la par que buscan rentabilidad, quieren producir un impacto social y medioambiental positivo con sus inversiones. Las cifras de crecimiento de este tipo de inversión a nivel global son muy elocuentes.
Conscientes del potencial positivo de este tipo de inversión, en 2014, a iniciativa del Reino Unido los países del G8 emitieron una serie de recomendaciones para impulsar el crecimiento del emprendimiento social y la cultura de la inversión de impacto.
Son indicaciones prácticas que persiguen cuatro objetivos: primero, fortalecer las empresas sociales con recursos, asesoramiento y acceso al capital; segundo, promover la inversión de impacto creando fondos de fondos, bolsas sociales e incentivos fiscales; tercero, implicar a las administraciones a través de sistemas de coinversión pública y mediante los bonos de impacto social; cuarto, establecer un marco legal adecuado para empresas sociales e inversores de impacto.
Los países del G8 han querido ser prácticos (se nota el toque inglés) y cada uno de ellos ha sentado en la misma mesa a representantes del mundo del emprendimiento social, las finanzas de impacto social y las administraciones, para traducir las recomendaciones del G8 en acciones concretas que están teniendo un gran impacto en cada uno de esos países.
Resulta muy interesante ver cómo países que no son miembros del G8 han querido unirse a esta ambiciosa iniciativa. Ejemplo de ello es Portugal, con la implementación del fondo “Portugal Social Innovation”, dotado con 150 millones de euros que proceden de los fondos estructurales europeos, y el lanzamiento de su primer bono de impacto social.
La Bolsa Social quiere dar a conocer estas recomendaciones y las acciones más relevantes que han surgido en los países de nuestro entorno. Creemos que España no debe perder este tren y debe unirse a la vanguardia del impulso a la inversión de impacto social, porque el emprendimiento social es muy necesario y las recomendaciones del G8 son perfectamente aplicables a nuestro país.
En el siguiente post vamos a hablar de las medidas para fortalecer las empresas sociales que han adoptado los países miembros, como son la creación del Big Society Capital del Reino Unido, los Fonds d’Investissement Solidaires 90/10 de Francia o la Financing Agency for Social Entrepreneurship fundada por Ashoka Alemania. ¿Te lo vas a perder?